Antítesis
Por: Gerardo Rosales Miranda
En el ámbito político mexicano, donde las pasiones suelen estar a flor de piel y las discusiones se convierten en batallas dialécticas, Gerardo Fernández Noroña se ha destacado, no solo por su estilo incendiario, sino por la forma en que utiliza la tribuna del poder legislativo para denostar, maldecir y humillar a sus adversarios. Si bien su postura en defensa de los más necesitados y su discurso contra la corrupción pueden ser admirables en ciertos aspectos, la forma en que lleva a cabo estas intervenciones levanta serias dudas sobre su verdadera postura política y ética.
La tribuna del Senado, en teoría, debería ser un lugar donde los representantes del pueblo promuevan el diálogo, el intercambio de ideas y la búsqueda de soluciones a los problemas nacionales. Sin embargo, por décadas, Noroña ha convertido este espacio en un foro de agresión y descalificación, donde el debate se transforma en un combate de insultos y acusaciones infundadas. En lugar de elevar el discurso público, su comportamiento junto a su lenguaje exacerbado ha contribuido a la polarización de la política mexicana, perpetuando la división en lugar de buscar puntos de encuentro.
Este estilo destructivo tiene un impacto particularmente grave en las juventudes, quienes observan con atención el comportamiento de los líderes políticos. La actitud de Noroña, basada en la humillación del opositor y la constante agresión verbal, envía un mensaje erróneo: que la política se resuelve mediante la descalificación y el desprecio al adversario. Esto, lejos de fomentar una cultura de respeto y entendimiento, siembra el germen de una actitud intolerante y beligerante que podría perjudicar el futuro de la democracia en el país. Los nuevos comunicadores en el periodismo digital han tomado como ejemplo a Noroña en la creencia que así es el léxico de la política.
En una democracia saludable, el diálogo es la piedra angular para la resolución de conflictos y la construcción de acuerdos. El intercambio de ideas, aunque en ocasiones discordante, es la vía para encontrar soluciones que beneficien al conjunto de la sociedad. Hace más de 30 años Norberto Bobbio, señalaba la necesidad de construir consensos dentro del disenso; sin embargo, la actitud de Noroña ante las diferencias políticas no es la de un legislador dispuesto a escuchar, debatir y llegar a consensos, sino la de un confrontador que antepone el espectáculo y el enfrentamiento personal a la construcción colectiva.
Noroña en este sexenio ha optado por convertirse en una especie de «mascota amaestrada» de Adán Augusto, líder de la bancada de Morena en el Senado. Todos fuimos testigo de las instrucciones que recibió cuando se aprobó la Reforma al Poder Judicial. Su postura de subordinación a este liderazgo ha sido evidente, y su falta de independencia ideológica y legislativa se refleja en sus constantes actitudes de apoyo incondicional a la presidenta y a la agenda de MORENA, incluso cuando ésta va en contra de los principios que originalmente decía defender. Su participación en tribuna se reduce a insultos cotidianos multi repetidos que por su posición se convierten en la norma, mientras que las propuestas serias pasan a un segundo plano.
En un contexto como el actual, donde la política ya enfrenta enormes desafíos de credibilidad, Noroña no parece entender la importancia de la autocrítica. Su postura inflexible y su actitud agresivo defensiva ante cualquier cuestionamiento lo alejan de la posibilidad de un crecimiento personal y político. A medida que la política se convierte en una arena de «guerreros» dispuestos a destruir al oponente en lugar de colaborar, las soluciones reales a los problemas del país parecen cada vez más lejanas.
El país necesita líderes que sepan escuchar, que sean capaces de encontrar puntos de acuerdo y que, sobre todo, comprendan que la política no se trata de destruir al adversario, sino de construir un futuro en conjunto. Noroña, en su afán por sobresalir como una voz irreductible, ha perdido de vista estos principios fundamentales, ofreciendo un mal ejemplo para las futuras generaciones de ciudadanos y políticos. En lugar de un hombre de Estado, se presenta como un hombre de espectáculo, cuyo principal objetivo parece ser la confrontación y no la construcción de un México más justo y democrático.