|Antítesis|
Por: Gerardo Rosales Miranda
A lo largo de la historia de la humanidad el “poder político” siempre ha sido eje central de toda sociedad. Es una fuerza invisible que pervive en el mundo de las ideas abstractas pero es capaz de construir y destruir, de liberar y de oprimir a los ciudadanos que se encuentran bajo su imperio.
El poder se ejerce, dicen los “expertos en política”; sin embargo, tal acto encierra tensiones inevitables, ya que al imponerse una decisión, inevitablemente enfrentará dos tipos de actitudes: la sumisión, cuando los individuos acatan las órdenes de la autoridad, y la rebeldía, cuando otros se resisten y desafían el poder político.
Quienes ejercen el poder tienden a polarizar a la sociedad mediante discursos de odio dirigidos a los sentimientos y nunca a la razón; su objetivo principal es dirigir el repudio hacia los sectores incómodos a la clase política mediante campañas de desprestigio, con la finalidad de lograr la perpetuidad en el gobierno.
Esta configuración de poder, se refuerza a través de la difusión de ideologías orientadas a magnificar el sentido de pertenencia entre las clases sociales económicamente débiles y el acceso a programas sociales a cambio de la sumisión voluntaria de los individuos a las normas y a la autoridad.
La sumisión tiene múltiples orígenes. En muchos casos, surge de un sentido de confianza en la estructura social y en la legitimidad de las instituciones; en otros, es el resultado del miedo a enfrentar al aparato de control autoritario o a las consecuencias sociales de la desobediencia. En estos contextos, la obediencia no es una elección, es una necesidad para la supervivencia.
Cuando el poder político impone su dominio a la fuerza, invariablemente emergen tensiones entre la autoridad y aquellos que no están dispuestos a someterse a prácticas consideradas ilegítimas o fuera de la ley. La rebeldía no es simplemente una oposición; es una demanda de rendición de cuentas y de respeto a los límites legales y éticos que deberían regir el ejercicio del poder, especialmente cuando existe evidencia de que ese poder ha sido obtenido mediante negociaciones económicas, elecciones fraudulentas e inmorales para obtener mayorías calificadas en el legislativo, y con ello cambiar de régimen constitucional.
La rebeldía nace con frecuencia de la percepción de abuso o corrupción en el ejercicio del poder. Cuando el poder político comienza a traspasar los límites de su autoridad, por ejemplo, mediante reformas que socavan la independencia de otros poderes del Estado, la manipulación de las elecciones o la represión violenta de la oposición, los ciudadanos pierden confianza en el sistema y se ven motivados a resistir.
Ernesto “El Che” Guevara hablaba en los años 60 de “crear detonantes para provocar la revolución”, entendido como un evento, circunstancia o acción que desencadena un proceso revolucionario. Estos eventos pueden ser desde decisiones políticas hasta actos de represión, cambios económicos o crisis que exponen injusticias profundas.
En una democracia saludable, el poder político debe comprender que la sumisión no significa un cheque en blanco para actuar a su antojo. La presencia de ciudadanos dispuestos a resistir y a cuestionar el poder es fundamental para la vitalidad del sistema, ya que promueve la responsabilidad y establece límites al autoritarismo. El gobierno actual debe, por tanto, ver en la rebeldía no una amenaza, sino una oportunidad para corregir y mejorar sus prácticas.
En México, somos testigos de que el poder político otorgado al partido Morena ha provocado tensiones en múltiples sectores sociales. Instaurar el absolutismo partidista ha provocado un desbalance en la estabilidad democrática, económica y social; hoy, el nuevo régimen de hiperpresidencialismo absolutista con supremacía constitucional… es una realidad. Debemos estar atentos a que el fiel de la balanza no se incline hacia un sistema opresivo, autoritario y antidemocrático, aunque los hechos recientes nos indican que ya vivimos en tal escenario. Bajo la perspectiva de “El Che”, solo nos queda rogar que no se den los factores detonantes para frenar la cadena de pésimas decisiones políticas.